Una matanza de mineros en busca de respuestas

La matanza de mineros en la población de Siglo XX, ocurrida en 1967 en plena fiesta de San Juan, es un capítulo pendiente de la historia de Bolivia. Conscientes de ese problema, el historiador Eduardo García Cárdenas, el diputado nacional José Pimentel Castillo y el periodista Carlos Soria Galvarro Terán presentaron este jueves 15 de mayo el libro 1967: San Juan a sangre y a fuego, en la Vicepresidencia de la República, a horas 19.00.
Esta investigación, que se divide en tres capítulos, intenta acercarse a las razones que impulsaron la matanza; intenta explicar sus orígenes y comprender sus consecuencias. Tarea nada fácil si tomamos en cuenta de que existe muy poca documentación sobre este hecho.
Pese a ese problema, los autores de este libro –que consta de 235 páginas– fueron seducidos por la feliz idea de arrancarle a la memoria importantes trozos de historia con los que pudieron reconstruir aquellos acontecimientos ocurridos la noche de San Juan de hace ya más de cuarenta años.
Bolivia vivía en 1967 el gobierno del general René Barrientos Ortuño, de 48 años, dueño de un carisma único que lo había convertido en líder privilegiado de gran parte de los campesinos del país. Con ellos había firmado el pacto militar-campesino cuya misión política consistía en controlar la producción agrícola y el respaldo a los gobiernos de las Fuerzas Armadas.
No todos estaban con Barrientos
Barrientos había ganado las elecciones nacionales un año antes con más del 60 por ciento en comicios de dudosa legitimidad. Pero no todos estaban con él. El sector minero, por ejemplo, tenía diferencias encontradas con el Presidente. No gozaba de la aprobación minera por haber sido Vicepresidente del tercer gobierno de Víctor Paz Estenssoro, en 1964; a quien terminó por darle un golpe de Estado, antes de cumplidos los tres meses de gestión.
Para la masa trabajadora de las minas, Barrientos no representaba la confianza de llevar adelante el proceso de la revolución nacional de 1952: la nacionalización de las minas, la reforma agraria y la reforma educativa.
Barrientos, que deseaba poner en marcha su plan restaurador de la República, no tomó en cuenta las demandas de la Central Obrera Boliviana. Y su respuesta fue detener a su máximo líder, Juan Lechín, y mandarlo al exilio.
Adiós a los sindicatos
De inmediato promulgó un Decreto Ley en el que “declaró fenecidas las funciones de los dirigentes sindicales; se dispuso un plazo de 40 días para permitir la reorganización de los sindicatos; se prohibió el ejercicio de la dirección sindical a militantes activos de los partidos políticos”. Los mineros sin sindicato viven a la orilla del desamparo.
Al año siguiente, junto a su co-gobernante, el militar Alfredo Ovando Candia, “dispuso la rebaja general de salarios, descongelamiento de los artículos de pulpería, congelamiento de sueldos por un año, prohibición de huelgas y desconocimiento de direcciones sindicales”.
Así crecieron más los ánimos en contra de Barrientos. José Pimentel, autor del segundo capítulo de este libro, dice que “en los hechos se imponía una dictadura”.
Desde principios del mes de junio de 1967, la región oeste del país se vio asolada por los enfrentamientos entre mineros y militares. Al sudeste, la guerrilla del Che Guevara le producía otro fuerte dolor de cabeza al gobierno de Barrientos Ortuño. Soria Galvarro sostiene que la acción contra los mineros que pasó as llamarse Masacre de San Juan fue precisamente una acción preventiva para impedir la convergencia entre mineros y guerrilleros.
Contra el Mariscal de Tarata
El movimiento minero, que en aquella época constituía el más organizado y radical, puso fuerte resistencia. Y de la noche a la mañana, los centros mineros (ubicados en la región oeste del país) se vieron llenos de militares.
El centro minero de Siglo XX fue uno de ellos. En éste y en otros se desconoció al Presidente llamándole “Mariscal de Tarata” (población cochabambina donde nació Barrientos) y se levantaron vivas por la lucha obrera y por la reposición de los salarios, y a favor de las guerrillas hasta que la madrugada del 23 de junio, fiesta de San Juan, los militares abrieron fuego en contra de los mineros en un operativo sorpresa.
Un documento importante
Este libro nos cuenta que los mineros murieron por culpa de una demanda tan simple como complicada: recuperar sus salarios y no perder sus derechos sindicales, conquistados con la revolución de 1952. Su presunto apoyo a las guerrillas del Che era aún difuso y sirvió de pretexto para desencadenar la masacre.
Se trata, pues, de un documento interesante que nos puede ayudar a comprender, de mejor manera, más detalles sobre este hecho que aún deja huellas en la sociedad boliviana.
Este libro (aunque no lo digan sus autores) está dedicado a las nuevas generaciones que todavía viven al margen de esos aspectos históricos. Todo por un simple propósito: que no desaparezca de la memoria colectiva un hecho que aún merece muchas y más respuestas que las que ahora se presentan en este libro.
0 comentarios